Rafael Larraenza Hernández ya perdió la cuenta de las personas y cuerpos humanos que ha rescatado en los últimos 19 años en desiertos y montañas; lo único que tiene claro, dice, es que a diario recibe al menos tres llamadas de auxilio para rescatar migrantes de diversos países que se extraviaron en su camino a Estados Unidos.
En 456 meses ha acumulado innumerables historias y miles de kilómetros en recorridos que inició en California y extendió a Arizona y Texas, siguiendo el flujo de personas que por obtener un mejor nivel de vida se aventuran a zonas peligrosas por climas extremos, condiciones adversas de terreno y la presencia de grupos criminales o antimigrantes.
Ángeles del Desierto es el motor que Rafael encendió el 3 de marzo de 1997 al rescatar a una mujer y su hija que estaban extraviadas en la zona desértica de California. Había salido a caminar con un amigo y observó a lo lejos “dos bultos” que no dudó en alcanzar cuando con binoculares vio que eran personas que no tenían nada que hacer en un lugar tan inhóspito.
Eran dos migrantes abandonadas por el guía, que estaban a punto de la deshidratación. Tuvo que pedir apoyo a la Patrulla Fronteriza estadunidense y cuando la mujer les explicó a los agentes que “unos ángeles” las habían rescatado, uno de ellos completó la frase al afirmar que habían sido “ángeles del desierto”.
Con antecedentes de rescatista y actividades altruistas en su natal Ciudad de México –en particular durante el terremoto de 1985– a raíz de su experiencia en el desierto Larraenza Hernández decidió que la gente en el desierto necesitaba ayuda.
California, el primer objetivo, luego grupos criminales
Estados Unidos había lanzado el Operativo Guardián y con la construcción de bardas fronterizas y reforzamiento de vigilancia con agentes de la Guardia Nacional y equipo sofisticado, las rutas migrantes se desviaron a zonas montañosas y desérticas. Las muertes, desapariciones y abusos contra quienes las cruzaban se multiplicaron.
Durante los primeros años, grupos de apoyo a migrantes reclamaron que las muertes de personas por las condiciones climáticas extremas, picaduras de animales, accidentes y a manos de delincuentes se dispararon de manera exponencial.
De poco más de 100 fallecimientos por año el promedio se incrementó al doble, luego más alto y para 2011 habían reportado casi 6 mil muertes, pero el conteo ya no era solo por el Operativo Guardián, sino por homicidios a manos de grupos criminales que tomaron el control del tráfico de personas y generaron una realidad diferente.
Pura solidaridad
Los primeros miembros de Ángeles del Desierto eran unos 20 voluntarios que aceptaron integrarse por “pura solidaridad” con las personas que pedían ayuda a través de conocidos, de la propia Patrulla Fronteriza o autoridades mexicanas. Operaban con sus recursos, incluso se cooperaban para la gasolina y usaban sus vehículos para hacer recorridos por California.
La mayoría de los rescates se hacían en la zona de Yuma, por el área de Mexicali; en sus recorridos encontraban personas vivas o muertas y otras que ni habían sido buscadas, pero el movimiento migratorio los llevó hasta Arizona donde tuvieron que buscar estrategias para no tener que regresar en un solo día, pues las peticiones seguían multiplicándose.
Rafael recuerda que en ese tiempo surgieron los grupos antimigrantes y al mismo tiempo más riesgos. Ahí hay zonas nacionales, militares, reservas indias y propiedades privadas en las cuales, con el tiempo, han podido trabajar, pero en este momento lo más complicado es la búsqueda en Texas, donde predominan los predios particulares.
“La gente cruza por donde puede y si se extravía lo que provoca es que tengamos que meternos a esos lugares, porque es muy complicado saber de quiénes son las propiedades y por lo tanto no podemos pedir permiso; el problema es cuando estamos adentro de un rancho y encontramos a alguien y necesitamos a fuerza la ayuda de la Patrulla Fronteriza, el Sheriff o el médico forense; podemos hacernos acreedores a una sanción grandísima porque estamos penetrando una propiedad privada”.
Finales felices, y tragedias
Rafael y su esposa Mónica Larraenza, directores de los Ángeles del Desierto, han vivido “finales felices”, pero también muchas tragedias, cuando encuentran los restos de quienes perdieron la vida en el intento de mejorar sus condiciones de vida, o cuando por falta de resultados en un largo tiempo deben abandonar la búsqueda para atender otros reportes.
Pero también está la otra parte de la moneda, cuando encuentran a la gente que logró cruzar la frontera o en sus países de origen –aunque no siempre le informan que ya no es necesaria la búsqueda– y hasta en centros de detención o cárceles, o las rescata en las rutas de migrantes.
No faltan los riesgos ligados con la delincuencia o grupos antimigrantes.
En más de una ocasión han sido atacados o atestiguaron secuestros y extorsiones, como el caso de una mujer a quien desconocidos le advirtieron por teléfono que habían raptado a su hija y debía depositar dinero en una empresa, y que al no reunir el monto exigido simplemente le hicieron escuchar una serie de disparos y no volvió a saber de ella.
Cualquiera que sea el final, Rafael y Mónica siempre están dispuestos a apoyar. Reciben muchas peticiones de ayuda, pero poco respaldo como un avión de una plaza con dos horas de autonomía que les ha permitido hacer recurridos por el desierto, y de vez en cuando apoyo económico.
El desierto seguirá teniendo sus ángeles.
POR JULIETA MARTÍNEZ
http://jornadabc.mx
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